Sobre Cómo el Perfeccionismo Arruinaba mi Gran Fiesta de San Juan

Hubo un tiempo en que decía que sí… aunque no quería

Hubo un tiempo en que decía que sí a planes que no me apetecían en absoluto.
Prometía ayuda, tareas, compromisos… aunque no tuviera ni energía ni ganas.
Me ofrecía para cosas que no me hacían feliz. Solo para no decepcionar, para no parecer egoísta, para sentir que “pertenecía”.

Hoy elijo distinto

Hoy elijo distinto.
Me detengo antes de responder. Observo mi cuerpo.
Me hago una pregunta: ¿Realmente quiero esto? ¿Me entusiasma?

Todavía no siempre me sale. A veces caigo en las mismas trampas.
Pero ahora lo noto – y aprendo rápido.
Eso sí, no fue gratis. Tuve que llegar varias veces al colapso para darme cuenta.

San Juan: el ejemplo perfecto de autoexigencia

¿El mejor ejemplo? Mis “grandes fiestas” de cada año.
El 23 de junio. La noche de San Juan.
El cumpleaños de mi hija. En nuestro ático con vistas al mar. Verano. Buen ambiente.
Con entusiasmo, invito a más de 30 personas. Cada año.

Y luego…
Empiezo a limpiar como loca. Grito. Me irrito.
Zulu (mi gato) también sufre porque se cruza en mi camino.
Llega el momento de la fiesta y yo estoy agotada, de mal humor, desbordada.
En lugar de celebrar, estoy en guerra conmigo misma.
Y además, discutiendo con todos en casa (porque “no ayudan lo suficiente” y “no entienden que todo tiene que estar perfecto, porque si no… ¿qué?”).

Y siempre lo mismo:
Primero euforia – “esta vez será diferente”.
Después, choque con la realidad.
Y finalmente: ¿Para qué hago esto? Otra vez igual.

Cada año me decía: “Esta vez sí lo haré con calma”.
Pero el perfeccionismo se colaba sin que me diera cuenta.
Todo tenía que estar impecable: la comida, la casa, el ambiente, incluso mi energía.
Y cuando todo no salía “como debía”, la frustración ganaba.

El programa que heredas sin darte cuenta

En Polonia, de donde soy, existe un patrón cultural muy fuerte de la “anfitriona perfecta”.
Una mujer que nunca se sienta, porque siempre queda algo por hacer: limpiar, cocinar, decorar, cuidar cada detalle.
Todo tiene que impresionar.
La casa, como de revista.
La comida, como de boda.
¿Y ella? Casi siempre agotada, irritada… pero “orgullosa de haber podido con todo”.

Y yo… entré directo en ese programa. Sin darme cuenta.

Hasta que un día me paré y vi que estaba repitiendo el mismo patrón.
Actuando en automático, sin preguntarme si de verdad quería hacerlo así.

El momento en que decidí soltar

Un año… no hice ninguna fiesta.
Simplemente no.
Lanzamos los petardos, a medianoche me fui a dormir con el aire puesto y las ventanas cerradas.
Y al despertar, estaba en paz. Feliz.
Y no me faltó nada.

Cero FOMO. Cero agobio. Solo presencia.

Desde entonces, me tomo las reuniones de otra forma.
Si algo me entusiasma pero sé que es demasiado, me pregunto:

¿Se puede simplificar?
¿Tiene que estar todo “perfecto”?
¿O puedo simplemente pedir pizza?

Ejercicio para ti: 3 preguntas que dan claridad

¿Tienes algo pendiente que ya te está agobiando solo de pensarlo?

Detente un momento. Cierra los ojos. Y hazte estas tres preguntas:

  1. ¿Cómo me voy a sentir si lo hago?
  2. ¿Y si no lo hago?
  3. ¿Y si lo hago de otra forma?

Escucha tu corazón. Mira hacia dentro.
Tu cuerpo lo sabe.

¿Y tú?

¿Tienes una historia donde por fin elegiste por ti y… encontraste paz?

Respóndeme este email. Cuéntame.
Tu decisión puede inspirar a otra mujer que intenta salir del programa “tengo que ser perfecta”.

Si tú también sientes que estás atrapada en un bucle de perfeccionismo que te agota más de lo que te aporta…
Agenda una sesión individual conmigo.
A veces basta una mirada externa para romper con esa lógica exigente que parece “normal”, pero no te deja respirar.


Este jueves, 29 de mayo, nos vemos en el primer taller de Networking Consciente y Feminino!!

Más detalles AQUI