Mirando el Gran Cañón de Colorado, me di cuenta de que no estaba bien. Realmente, estaba fatal. En ese momento, decidí que necesitaba ayuda. (Si has perdido el El CAPÍTULO UNO de mi historia lo encontrarás aquí)
Volví a casa y me fui a tomar un café con Karolina, una amiga mía. Le conté lo que me estaba pasando y ella me dijo:
—Tienes que ver a Aurora.
—No quiero un psicólogo ni un psiquiatra. Ni siquiera sé qué me está pasando, ¿cómo voy a explicárselo a alguien? —le respondí.
—No, Aurora es una chamana —me explicó Karolina.
—¿What? ¿Y qué quiere decir eso?
—No te preocupes, pide cita y ya verás. Confía —me dijo.
Tenía una sensación muy clara de que, aunque la palabra chamana no me convencía, esa mujer era la persona que me iba a ayudar. Así que pedí una cita en su centro en Barcelona y así comenzó mi viaje hacia lo desconocido.
Puedes imaginar lo que pasaba por mi cabeza cuando estaba en la puerta de la consulta. ???? Sorprendentemente, la mujer que me abrió la puerta era completamente normal: llevaba una camiseta de Nike y el pelo recogido en una coleta. Ni plumas, ni vestido de Gaia, ni tatuajes. Nada. Una mujer corriente. Eso me ayudó a calmar los nervios que mi mente creaba a toda velocidad en ese momento.
Empezamos a hablar.
—¿Con qué vienes? —me preguntó.
Yo realmente no sabía qué decir. No tenía motivos para quejarme: mi vida era perfecta, pero no sentía nada. Había perdido las ganas de soñar y la alegría.
El resto de la conversación la llevó ella. Me decía cosas sobre mí que ni yo misma sabía. Llegaba a una profundidad que me resultaba incómoda, difícil de aceptar, pero al mismo tiempo, era real. No podía negarlo.
—¿Alguna vez has vivido para ti? —me preguntó.
Me enfadé con ella.
—¡Claro que vivo para mí! Toda mi vida he intentado crear algo diferente a lo que vivieron mis padres. Dejé mi pueblo para estudiar en una ciudad muy lejana, hice un gap year en la universidad para vivir en Londres (algo muy difícil en esa época para alguien de Polonia). Compré un piso en el centro de Cracovia, viajé por todo el mundo hasta mudarme a la playa en España. Si no lo hice por mí, ¿para quién fue?
Me costó entender lo que intentaba decirme, pero al final comprendí que ahí podía estar el origen de mi vacío.
Comencé la terapia en camilla, con minerales… Madre mía. No entendía nada de eso. ¿Cómo podía ayudarme estar tumbada con piedras sobre mi cuerpo sin decir ni una palabra? Era una prueba para mi paciencia, y mi mente no paraba de ridiculizar todo. Pero recordé las palabras de mi amiga: confía. También pensé: o es esto, o ya no sé cómo ayudarme. Así que aguanté ese proceso tan extraño.
Después vino la primera sesión de constelaciones… Alucinante.
—¿Es una cámara oculta? —pensaba.
¿Cómo podía esa gente saber detalles tan exactos de mi vida? ¿Cómo podía ser que la mujer que hizo de mi padre tuviera exactamente la misma expresión facial que él?
Mi mente se volvió loca. Todo en mí quería rechazarlo, pero encajaba demasiado bien. No podía negarlo. Sin entenderlo, fui aceptando los pasos de mi proceso terapéutico con rendición y confianza.
Luego llegó mi primera regresión con Ramón. Wow. Entré con muchísimo miedo, pero me dejé llevar. Y recibí un gran regalo: vi una historia de amor incondicional, mejor que cualquier película.
Durante tres semanas después de la regresión, todo fluía. Dentro de mí y a mi alrededor. No me enfadé ni una sola vez con mis hijos, todo estaba en armonía, incluso encontraba aparcamiento justo cuando lo necesitaba. Esa sensación de fluidez fue desapareciendo poco a poco, pero una vez que la experimentas, sabes que es posible. Un regalo para toda la vida.
Así fue como me fui fascinando cada vez más con estas técnicas. Me apunté a cursos de constelaciones, inicié el camino chamánico, aprendí nuevas técnicas, hice temazcales y rituales (algunos rarísimos, para qué negarlo). Pero lo disfruté.
A veces llorando, a veces maldiciendo, a veces en paz. Un viaje de montaña rusa sin parar.
Después de algunos años en esta montaña rusa, fui a mi sesión mensual de acupuntura. Allí me dijeron que tenían una sorpresa para mí: una camilla.
—¿Y esto? ¿Para qué necesito yo una camilla? ¿Qué hago con ella?
Yani me explicó que lo tenía muy claro: tenía que regalármela.
—Si la quieres, es tuya.
No podía creerlo. ¿Yo, una camilla? ¿Dónde la pongo? ¿Cómo la uso?
Pero la acepté. Durante meses, estuvo en mi terraza, sirviendo de observatorio para mi gato. Hasta que pasó algo: empecé a invitar amigos a practicar las cosas que había aprendido en los cursos. Y, al final, como ya estaba en mi terraza, usé la camilla. Poco a poco, cada vez más.
En junio de 2022, estaba desesperada. ¿Qué hago con mi vida?
Había mejorado mucho, entendía más sobre mí, había aprendido tanto… pero aún no tenía claridad sobre mi camino. Sabía que no podía volver a la gran empresa. ¿Entonces qué?
Durante estos años de terapia, intenté varios negocios: crear libretas y agendas con fotos de playa (todavía las tengo, son preciosas—10€ si quieres una), hacer cosmética casera, vender aceites esenciales… Y nada. Nada de eso me llenaba. Eso no era lo mío.
Un día, hablando con Aurora, me dijo:
—Abre una consulta.
—¿Yo? ¿Consulta de qué?
—De terapias, obviamente.
—Pero si todavía no estoy preparada. ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Quién querría venir a terapia conmigo?
Valoraba mucho la opinión de Aurora, pero en ese momento pensé: no sabe lo que dice.
Sin embargo, lo hice.
Lo hice porque en ese momento confiaba más en ella que en mí. Y así empezó otro viaje hacia lo desconocido.
Y aquí estoy ahora.
Sigo aprendiendo cada día, sigo trabajando en mí, sigo agradecida por cada paso de este camino. A veces frustrada porque las cosas no salen como quiero, a veces enfadada con el mundo… pero al final sigo confiando.
El trabajo de terapeuta me hizo fuerte, me empoderó, me hizo sentir segura en mí misma, enamorarme de la vida y de los humanos otra vez. Aprendí a aceptar todo tal como es (aunque a veces no me guste nada). Y practico la paciencia every single day.
Poco a poco, he ido sumando más conocimientos. No solo técnicas chamánicas como constelaciones, limpieza energética, regresiones y rituales, sino también péndulo, tarot e hipnoterapia.
Este mundo no deja de sorprenderme.
Cada día aprendo más sobre lo ilimitado y maravilloso que somos los humanos.
El mundo fuera de la mente y de lo material es infinito. Trae oportunidades sin límite. Lo experimento cada día. Y quiero más.
No quiero parar.
Ahora entiendo la cajita en la que vivía antes y me da pena por la persona que fui entonces. Hoy vivo consciente. Me equivoco, a veces dudo, pero como dice Aurora:
No hay vuelta atrás.
Una vez que entiendes algo sobre ti, sueltas lo que te limita y eso ya no vuelve a aparecer. Siempre avanzas. Siempre sientes más y mejor.
Te invito a este viaje hacia la consciencia.
Un viaje hacia lo desconocido, muchas veces incómodo, pero que vale cada segundo