Pobre ella, me da tanta pena…¿Y si en lugar de pena elegimos compasión?

Hoy te quiero contar sobre pena y compasión

Parece lo mismo… pero no lo es.

Cuando escucho «mi madre me da pena», siento un peso.
Un peso que aplasta no solo a la persona de la que hablas, sino también a ti.
Porque en la pena hay culpa.
Y de la culpa nunca ha salido nada bueno.
Desde la pena quieres rescatar, hacer todo (incluso si la otra persona no lo quiere) para que esté mejor.
Es una energía densa, cargada, agotadora. Para las dos partes.

La compasión es otra cosa.
Es presencia, corazón abierto y disposición a actuar.
No lleva culpa. Lleva una decisión: «Te veo. Te siento. Y haré lo que esté en mis manos.»

Ejemplo a mayor escala – Pena vs Compasión

Pensemos en las noticias de Ucrania o la Franja de Gaza.

  • Pena: te pasas horas viendo reportajes dramáticos, duermes peor, lo mencionas en cada conversación, renuncias a tus placeres (“¿cómo voy a divertirme si allí la gente sufre?”).
    ¿Resultado? Bajas tus vibraciones. No aportas nada bueno. Ni para ti, ni para ellos.
  • Compasión: ves la situación, decides qué puedes hacer – enviar apoyo, preparar un paquete, hacer una donación – y lo demás lo entregas en una oración, en una intención, en amor. Y luego vuelves a tu vida con buena energía.

Ejercicio para transformar pena en compasión

Piensa en alguien por quien sientas pena.
Cierra los ojos e imagina que esa persona está sentada frente a ti.
Permite que la culpa, el peso y la impotencia se disuelvan. 
Y en su lugar, empieza a aparecer la compasión, entra amor puro.

Nota cómo cambia tu energía.
Cómo la culpa se transforma en ligereza, ternura y el deseo de simplemente acompañar, sin rescatar a la fuerza.

Además, de la compasión también nace la aceptación: de lo que hay, de lo que puedes y no puedes cambiar o influir.
Esa aceptación te permite actuar con ligereza, sin cargar con lo que no es tuyo, eligiendo desde la claridad y no desde la culpa.
Así, tus acciones son más efectivas y tu presencia más nutritiva para los demás.

Esto puede significar salir a caminar con tu madre, pasar tiempo como a ella le gusta, sin intentar animarla a toda costa, sin “sacarla” de su enfermedad o tristeza.
Y luego volver a tu vida: ir al cine, salir a bailar, reírte.
Volver a ella llena de vida, no aplastada.

Tu verdadera responsabilidad

Cada uno tiene su camino, su forma, su ritmo. No te corresponde juzgar la depresión, la enfermedad o la desgracia de otro.
Tu responsabilidad es hacer lo que puedas… y mantener tus vibraciones altas para influir de forma positiva en tu entorno.

Y cuando no sepas qué hacer: cierra los ojos, baja a tu corazón.
Imagina una llama clara y luminosa que sale de tu corazón y llega al corazón de esa persona.
Visualiza cómo se expande por todo su cuerpo.
Así de simple.

Pruébalo. Y cuéntame qué cambió en ti.


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